Poemas del Ático I



 
 
 
Me dejo deslizar entre las horas mudas alas de música y me voy sumergido en mi sangre en mi saliva en mis humos primordiales
me asomo a los huecos de mi cuerpo: agua estancada flores
manchas en el techo de mis ojos que bien podrían ser el abrigo la tormenta y la luna. La luz es de día...
 
 
 
 
A veces sucede que un pensamiento se me mete en la piel
y me entuerce, me estrangula y entonces
tengo que gritar en silencio
en el silencio propio, dentro de un puño, en un porro
en la flor que serás siempre y que intentaré rescatar
de cualquier desastre
vuelco un ojo en la ventana
y salgo de mi por los tejados

no hay eco hay una voz que habla dos veces...
 
 
 
 
Suena la música y se queja el viento falso del ventilador, flota la ropa sobre el techo, se desmienten las sombras:
la soledad mueve la cola como un perro alegre
pero solitario
la soledad es un perro solitario que ni siquiera le ladra a los coches
ni las estrellas
vaga, su cuerpo es pequeño, se mueve rápido
tropieza
cursi, fatal...
mientras la luz hace brillar un brote verde carnoso, de vida que no es suya, pero que lo conmueve...
da vueltas, da vueltas da vueltas da vueltas
y la naturaleza pone delante de la muerte
un nuevo cuerpo natural...
 
 


Abro un ojo y la ventana de la noche me habla de poetas y señoritas
que esperan en sus vaginas el cosquilleo de una pluma
palabra cárcel sumergida
para así estallar en rayos de luz que hagan brillar sus ojos
yemas de los dedos pezones de oropel
atropellados por lenguas indecibles letras desparramadas
como partes de insectos cazados por la naturaleza muertos
sobre la espalda siempre negra del slencio...